martes, 23 de agosto de 2011

Laboratorio de Imágenes!!!


Un círculo de luces blanco-amarillentas proyectaba sus ondas electromagnéticas cadenciosamente en dirección descendente; deteniéndose un momento para intensificarse; creando una ilusión de fuegos concéntricos; para después atenuarse, y lentamente alejarse hasta retomar su original órbita.
El campo visual se hallaba circunscrito a un canal de comunicación cuyas dimensiones no excedían las de un caleidoscopio, en donde en uno de los extremos se encontraba el laser, y en el otro me encontraba yo.
Cruzando intempestivamente la barrera de luz, una mano resplandeciente colocó un aro en la parte interna de mis párpados, para después embonarle un cono transparente sobre cuya base invertida se apoyó y presionó firmemente, expulsando mi ojo lejos de su órbita. Así, lo expuso a la llegada de la energía radioactiva.

-- Qué ojo tan pequeño!!!

Exclamó el oftalmólogo en un tono casi infantil. Y es que tras el uso, primero de gafas con aumento exacerbado en un solo lente haciéndome parecer el hijo de un cíclope, y después de un lente duro de contacto el cual extraviaba cada vez que me iba de antro, había decidido operarme el astigmatismo y la hipermetropía. Enfermedades consistentes en la malformación de la córnea y el cristalino respectivamente las cuales, en combinación, producen un efecto de percepción similar al creado por los pintores impresionistas de la Francia del siglo XIX. No es que yo haya estado en contra de Manet, Monet, Renoir, Cézane, y similares. Toooodo lo contrario; en algún tiempo, cuando la marihuana formaba parte de mis letargos, facilmente podía deconstruir la visión de mi ojo sano mimetizándola con la visión de mi ojo enfermo; así disfrutaba plenamente de la móvil textura del agua meciendo sus lirios; de la eterna intermitencia de velas y faros; y del mismo sol derritiéndose en la atmósfera e impregnando de amarillos cálidos al aire que rozaba mi cara. Ahora me preguntaba si realmente los impresionistas habrían descubierto una técnica de pintura basada en su sanidad ocular o si simplemente habrían impreso en sus lienzos la misma realidad que en su retina proyectaban sus ojos astigmático-hipermétropes.

-- No te vayas a mover.

Escuché con anestésica atención sus palabras mientras me colocaba un disco transparente cuyo orificio central delimitaba el espacio de operaciones.

-- En estos momentos vas a perder la vista. Pero la vas a recuperar inmediatamente.

Y utilizando un cono más pequeño, presionó nuevamente hasta desprender mi córnea. El círculo de luces desapareció, mostrándose en su lugar un completo vacío. La ceguera. Quise parpadear; a fin de cuentas era todo un experto en hacerlo rápidamente; cualidad que me llevó a ganar el apodo de semáforo entre mis compañeros de primaria; y cuando aumentaba la velocidad, me convertía en el semáforo descompuesto. “Es un tic nervioso, se le va a quitar con el tiempo”. Fue el diagnóstico que un psicólogo le dio a mis papás cuando quisieron encontrar una explicación científica a mis habilidades parpadiles. Pero mientras más pasaba el tiempo más perfeccionaba la técnica, alcanzando velocidades vertiginosas ke dejaban a mis amigos estupefactos, sin que ellos ni yo pudiéramos siquiera suponer que, al parpadear, mis ojos intentaban equiparar dos percepciones visuales distintas.
Ahora, inmovilizado mi párpado con cinta aislante, no le quedó más remedio a mi pupila que dilatarse hasta sus periferias, y concentrarse en enfocar al objetivo que en tan solo un segundo se reveló en círculos. Nuevamente, pude ver la luz!

-- Este es el momento más importante.
-- Okey.
-- No hables… Y no presiones.

Sin comprender la última frase, ya en un estado anestésico, tranquilamente me dejé llevar. Las luces blanco-amarillentas se tornaron violeta. Y así, violetamente, comenzaron a rotar hacia mí, emitiendo un ligero sonido que parecía provenir del espacio exterior. Era como si una nave interplanetaria estuviera a punto de aterrizar en mi ojo. Una nave que con absoluta precisión giraba sobre su eje cada vez más rápidamente, haciendo que sus destellos de tan violeta, se volvieran azules; de tan azules, se volvieran verdes; de tan verdes, se volvieran amarillos; de tan amarillos, se volvieran rojos; y de tan rojos, se volvieran magenta.

Cálidamente,
sentí que el iris blandía;
que la pupila expandía;
que el cristalino convergía;
y la retina recibía
por vez primera
del cromatismo su energía.

El círculo cromático estaba vivo. Latía. Y me veía. Y en cada uno de sus giros me decía “Mírame”. Y yo, fijamente, lo veía. Y así, mirándonos, me empezó a tocar.

Nado desnudo en un mar de arco iris!
Una luz verde intermite!
Eres tú?!
Emites sonidos que no entiendo,
sin embargo aquí estoy!
Te vuelves rojo intenso!
Y directo hacia mí te siento!

“Me están quemando el ojo!!!! Es el laser!!! Qué emoción!!!” La percepción oloroso-tactil-audio-visual hacía estremecerme hasta los huevos! Por supuesto que no lo pude hablar, porque al abrir la boca mis movimientos podrían haber provocado un corte en una zona donde no se requería intervención quirúrgica.
Para mover estaba el oftalmólogo, quien posó sus dedos alrededor de mi barbilla y comenzó a empujar mi cabeza lentamente trazando, junto con el laser, una línea recta vertical para después trazar otra horizontal, creando una relación perpendicular entre ambas en el mismo centro de mi córnea. Situándose en mi vértice, desplazome en circunvoluciones hasta formar una diminuta espiral, que recorrimos juntos una vez, y otra vez, y otra vez... Yendo, y viniendo...Colocándome, en cada ocasión, en un punto de eterno retorno.

Juego!
Por los que plazco nadar
pigmentando caminos,
remolinos
tras el contacto con mi mar
tu rojo es fuego!

Y de repente... El rojo desapareció, el sonido se alejó, el olor se esfumó y sentí que algo había terminado.

-- Ya?
-- Ya, Alberto. Te dije que era un asunto de cinco minutos.

Yo no me quería ir. Quería que siguiera. Quería que me operaran otra vez. Deseaba tener el otro ojo enfermo para ver el laser nuevamente. Desgraciadamente, sólo mi ojo derecho era candidato a vivir esa experiencia.
Con cuidados, una enfermera me ayudó a levantarme. Me tomó del brazo en dirección a la salida del quirófamo. Y al voltear para despedirme, supe que podía ver.

-- Thank you, Doc!
-- Okey, Alberto. Cuídate.